LOS NUEVOS CAPITANES

Cierta vez intenté acariciar los pensamientos del capitán Nemo. En mis últimas palabras dejaba a un circunspecto y aparentemente derrotado Nemo delante del enorme ojo de buey de su camarote, contemplando la inmensidad del océano, y ante la inminente destrucción de su submarino se sumergía en una última ensoñación en la que valoraba su trayectoria. Hace ya más de tres años de ese homenaje, y hoy, sin saber por qué, me ha vuelto a venir a la cabeza. Bueno, quizás sí sé por qué me he acordado de él. Hoy, como ayer, y aun diría más, más que ayer, vuelve a estar vigente su mensaje, volvemos a estar obligados a analizar a todos esos Nemo que el sistema tacha de terroristas sin que nosotros, los cultos y civilizados hombres occidentales nos paremos un instante a pensar en las causas que los empujaron a la clandestinidad y a la lucha. Los nuevos Nemo no son tan distintos de su predecesor. Se trata de mujeres y hombres que toman la determinación de hacerse a la mar, real o figurada, para intentar arrancar a la titánica boca del sistema un justo pedazo de lo que un día les fue arrebatado. Todos hablamos de ellos como delincuentes pero pocos son los que se atreven a poner en entredicho al corrupto sistema. Todos somos potenciales Nemo, todos llevamos dentro un intrépido capitán que espera ser despertado de esa locura llamada “realidad”. Porque, ¿quién es realmente el loco, aquel que se enrola en el barco pirata y ataca los valores imperantes, la nueva esclavitud sin cadena, la injusticia, o, aquellos que desde la “razón” blindada del derecho internacional intentan perpetuar los intereses de unos pocos contra la razón de una mayoría? ¿Será idéntico siempre el destino para esos Nemo, se tendrán que contentar con la razón kármica? ¿Siempre acabarán mirando el horizonte, justo antes de perecer, albergando en su último pensamiento el deseo de que un futuro Nemo cuente con más poder que él para lograr cambiar los destinos de la masa desheredada?
Siempre me gustaron los piratas. No esos fantásticos y tergiversados bucaneros de las películas de Hollywood, sino los reales. Aquellos que con sus pocas pertenencias se enrolaban junto a otros desheredados, surcando los mares del sur, en busca no sólo del oro de los galeones, sino también de sí mismos. Sí, esos hombres existieron y existen, y aunque no los podamos ver, aunque los medios nos digan que son unos delincuentes contra los que nuestros ejércitos luchan, muchos de ellos son los descendientes de Nemo, o, una suerte de reencarnación múltiple del viejo capitán. Otros muchos somos piratas figurados. Yo mismo soy uno de ellos, pero en lugar de barco tengo mi pluma, y en lugar de mar, navego por un océano de letras. Aunque nos separan las formas y las geografías, todos estamos unidos en un solo pensamiento: el de la verdadera libertad, el de la búsqueda y el seguro convencimiento de que a pesar de la muerte física, del implacable poder del sistema que siglo tras siglo se impone, es más fuerte la irreductible voluntad de nuestro Ser. Éste es nuestro dios y nuestra bandera, y el viaje continuo, nuestro destino. Ante esa realidad el sistema siempre acabará doblegándose aunque aparentemente gane. Es más fuerte nuestra voluntad que sus cadenas legales. Tardará más o menos, pero al final sólo cabe esperar que seamos una mayoría de corsarios que enrolados en nuestros barcos, con el viejo Nemo encabezando nuestra armada, se dirija a abordar el último baluarte del corrupto sistema, y entonces sí, mirando al viejo enemigo de tú a tú Nemo exclamará: “volvemos a estar aquí, y ahora no estoy solo, me acompañan todos los desheredados. Ahora sé que no perderemos la batalla y que por fin, después de tantos milenios la justicia heredará la Tierra”. Cuando llegue el momento, viejo amigo, estaré contigo…

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