Cédric sintió la necesidad de alejarse de la muchedumbre que se agolpaba en la playa, dispuesta a ver los fuegos artificiales que ponían fin a la celebración del ese 14 de Julio de 1965. Era más consciente que nunca de la soledad en que estaba sumido y nada ni nadie podía aligerar su alma.
Mientras se adentraba en el bosque no pudo evitar pensar en aquella lejana noche en que Nicholas le propuso huir. ¡Era tanto el pesar que sentía por no haber acudido al punto en que debían de encontrarse! Haber estado en aquel momento hubiera supuesto emprender una nueva vida. Escapar de la guerra, de las limitaciones impuestas por una sociedad decadente y encorsetada. Ya no había marcha atrás. Quizás, de haber acudido, Nicholas no hubiera acabado en Mauthausen, o quizás él hubiera seguido el mismo destino. Ahora todo aquello quedaba lejos y tan sólo podía bregar con sus recuerdos.
Mientras caminaba, una frase se repetía insistentemente en su cerebro, como hablando desde un pasado remoto: “Cédric, no temas, no es una locura quererse apear de un mundo que se ha vuelto loco. Huye conmigo, amémonos, dejemos atrás todo, y que sea el resto del mundo quien luche. Tú y yo no tenemos nada más que hacer aquí. ¿Por qué luchar para defender una sociedad caduca? Ésta no es nuestra causa, tan sólo nos debemos a nosotros mismos”. Durante los últimos veinticinco años, Cédric no había olvidado esas palabras. Él le prometió acudir al bosque junto a la playa Rondeau tras lo cual se despidieron con un último beso apasionado. Sus labios no querían despegarse, como intuyendo que quizás esa sería la última vez que estarían juntos. Cédric observó cómo se alejaba su amado, adentrándose en el bosque. Encendió un cigarrillo y dejó volar su imaginación. ¿Cómo sería sus nuevas vidas? Ensoñó un hogar perfecto en las montañas suizas. Un lugar recóndito en el que vivir su amor, lejos de miradas desconfiadas y sojuzgadoras, lejos de ejércitos invasores y cerca, muy cerca del cielo y sobre todo, muy cerca de Nicholas. Una suave brisa acarició su cabello, y de repente sintió un escalofrío intenso. Toda la seguridad que hacía tan sólo cinco minutos lo había impulsado a soñar se convirtió en un miedo atenazador que lo oprimió hasta hacerle sentirse sin aire. Lanzó el cigarrillo al agua e intentó tomar aire. La ansiedad se apoderó de él. Miró de nuevo hacia el bosque buscando a Nicholas a lo lejos, pero ya no era visible. No podía hacerlo. Ahora sabía que no podría acudir a su cita con el futuro. Ni siquiera sintió la necesidad de apaciguarse y meditar con tranquilidad. Sabía que la suerte estaba echada. Las altas montañas suizas no serían su nuevo hogar, el aire límpido no purificaría aquello que socialmente estaba estigmatizado. Se sintió oprimido por el mundo real, por el pestilente aroma a guerra, por todas las circunstancias que tan sólo hacía unos minutos creía superables. La realidad se había impuesto aplastando todos sus sueños. Había tomado una decisión: No, no seguiría a Nicholas.
veinticinco años después, en mitad del mismo bosque, Cédric hacía un esfuerzo por imaginar cómo debió de sentirse su amado. La culpabilidad jamás lo había abandonado en todo ese tiempo, pero en ese preciso instante se sintió más culpable que nunca. Volvió a sentir la misma sensación de ahogo que percibiera aquella noche en que tomó la decisión de abandonar a Nicholas.
Nicholas debió tomar el viejo camino que llevaba desde Beaulieu a la playa. Su cara debía de estar iluminada por aquella perenne sonrisa que tanto le gustaba y que lo había enamorado. Maleta en mano debió caminar ligero, ansioso por encontrarse con su amado y dejar atrás el pasado. Sus veinte años debían de hacerle sentir casi inmortal y en su mente seguramente sólo debía de imaginarse su casita en las montañas suizas. El tiempo debió pasar muy lento para él, tan ansioso como debía de estar por abrazar a su amado.
Una vez en el bosque debió extrañarse por no encontrar a Cédric. Debió de pensar que se había retrasado pero que llegaría en unos minutos. Pero éstos dieron paso a las horas, y Cédric no apareció. ¿Qué debió de pensar, cómo se sintió? Con toda seguridad sintió como si le clavaran agujas en el corazón. Nicholas siempre fue el más fuerte y una vez hubo superado el primer impacto debió de coger su maleta para emprender a solas aquella nueva vida que habían imaginado juntos.
Lo que Cédric sí conocía eran sus sentimientos esa misma noche en la seguridad de su habitación. Se sintió enloquecer por momentos y estuvo a punto de salir corriendo hacia el punto de encuentro, pero una fuerza superior a él lo contuvo. No pudo más que observar cómo se hacía de día para así velar la decepción de Nicholas. Cuando el primer gallo cantó el cansancio y la tensión pudieron con él, cayendo en un profundo sueño del que no despertó hasta veinticuatro horas después. Su primer pensamiento ese nuevo día y el resto de días fue para su amado.
Dos años después, Nicholas decidió contactar con la resistencia y luchar por su país. Para él todos sus sueños habían muerto. Sí, tenía su casita en las montañas suizas, pero nada valía sin Cédric. Así pues, tomó una maleta y una mañana de agosto de 1943 cogió un tren que lo llevaría hasta Lyon, en donde contactaría con el jefe de la resistencia en los Alpes. Seis meses después de iniciada su colaboración fue detenido por la Gestapo en una escaramuza en un pequeño valle cerca de Chamonix. Fue torturado prácticamente hasta la muerte sin que sacaran información alguna, y cuando se hubo recuperado lo enviaron al campo de concentración de Mauthausen, del que ya nunca más salió. Años más tarde, un compañero de barracón de Nicholas le explicó a Cédric que murió en la cantera, extenuado, y que sus últimas palabras fueron para él: “Cuando salgas búscalo, dile que no fue un sueño, que nunca lo olvidé. Dile que no lo odié durante todos estos años, y que siempre lo acompañaré”.
El tiempo había pasado, y ahora que tenía cuarenta y cinco años, Cédric recordaba aquel claro del bosque como si aun estuviera en aquel verano de 1940. Las lágrimas se agolpaban en sus ojos y tan sólo podía repetir: “Nicholas, Nicholas…” La suave brisa marina acarició las mejillas de Cédric. Podía percibir algo más, era imposible, pero sentía un aroma asandalado que era igual al after shave que utilizaba Nicholas. La suave y cálida brisa rodeó todo su cuerpo como abrazándolo y sumergiéndolo en un espacio atemporal. Creyó sentir unas palabras que se colaban a través de sus oídos. No eran imaginaciones suyas, Nicholas lo acompañaba en aquel instante. De repente, una sensación de paz invadió el alma de Cédric. Por primera vez en esos veinticinco años había dejado de sentirse sólo y culpable. La derrota dio pasó a un estado de felicidad en el que podía sentir las palabras de su amado que le decía: “Nunca has dejado de estar conmigo, estoy contigo, siempre estaré contigo”.
De la misma repentina forma en que llegó la brisa cesó y Cédric dejó de sentir aquella voz en su interior. Su ropa quedó impregnada del aroma de Nicholas. Esa era la prueba de que no había sido un sueño. Intentó volver al mismo estado de abatimiento, pero le fue imposible. En su interior se había quedado toda la paz que un día perdió. Y sintió alegría y felicidad, y ya no se sintió solo, pues su amado había cumplido su promesa y había vuelto a él.
Cédric sonrió y volvió a tomar el camino que llevaba hasta la pequeña cala en donde un día vivieron su amor, pero esta vez sentía que no caminaba solo. Se sentó sobre la arena, encendió un cigarrillo y miró hacia el infinito. Una leve sonrisa se dibujó en su cara. Ya no hacía falta recordar cómo era Nicholas, lo veía claramente, se había fundido con él y le acompañaría el resto de sus días.