Cédric sintió la necesidad de alejarse de la muchedumbre que se agolpaba en la playa, dispuesta a ver los fuegos artificiales que ponían fin a la celebración del ese 14 de Julio de 1965. Era más consciente que nunca de la soledad en que estaba sumido y nada ni nadie podía aligerar su alma.

Mientras se adentraba en el bosque no pudo evitar pensar en aquella lejana noche en que Nicholas le propuso huir. ¡Era tanto el pesar que sentía por no haber acudido al punto en que debían de encontrarse! Haber estado en aquel momento hubiera supuesto emprender una nueva vida. Escapar de la guerra, de las limitaciones impuestas por una sociedad decadente y encorsetada. Ya no había marcha atrás. Quizás, de haber acudido, Nicholas no hubiera acabado en Mauthausen, o quizás él hubiera seguido el mismo destino. Ahora todo aquello quedaba lejos y tan sólo podía bregar con sus recuerdos.

Mientras caminaba, una frase se repetía insistentemente en su cerebro, como hablando desde un pasado remoto: “Cédric, no temas, no es una locura quererse apear de un mundo que se ha vuelto loco. Huye conmigo, amémonos, dejemos atrás todo, y que sea el resto del mundo quien luche. Tú y yo no tenemos nada más que hacer aquí. ¿Por qué luchar para defender una sociedad caduca? Ésta no es nuestra causa, tan sólo nos debemos a nosotros mismos”. Durante los últimos veinticinco años, Cédric no había olvidado esas palabras. Él le prometió acudir al bosque junto a la playa Rondeau tras lo cual se despidieron con un último beso apasionado. Sus labios no querían despegarse, como intuyendo que quizás esa sería la última vez que estarían juntos. Cédric observó cómo se alejaba su amado, adentrándose en el bosque. Encendió un cigarrillo y dejó volar su imaginación. ¿Cómo sería sus nuevas vidas? Ensoñó un hogar perfecto en las montañas suizas. Un lugar recóndito en el que vivir su amor, lejos de miradas desconfiadas y sojuzgadoras, lejos de ejércitos invasores y cerca, muy cerca del cielo y sobre todo, muy cerca de Nicholas. Una suave brisa acarició su cabello, y de repente sintió un escalofrío intenso. Toda la seguridad que hacía tan sólo cinco minutos lo había impulsado a soñar se convirtió en un miedo atenazador que lo oprimió hasta hacerle sentirse sin aire. Lanzó el cigarrillo al agua e intentó tomar aire. La ansiedad se apoderó de él. Miró de nuevo hacia el bosque buscando a Nicholas a lo lejos, pero ya no era visible. No podía hacerlo. Ahora sabía que no podría acudir a su cita con el futuro. Ni siquiera sintió la necesidad de apaciguarse y meditar con tranquilidad. Sabía que la suerte estaba echada. Las altas montañas suizas no serían su nuevo hogar, el aire límpido no purificaría aquello que socialmente estaba estigmatizado. Se sintió oprimido por el mundo real, por el pestilente aroma a guerra, por todas las circunstancias que tan sólo hacía unos minutos creía superables. La realidad se había impuesto aplastando todos sus sueños. Había tomado una decisión: No, no seguiría a Nicholas.

veinticinco años después, en mitad del mismo bosque, Cédric hacía un esfuerzo por imaginar cómo debió de sentirse su amado. La culpabilidad jamás lo había abandonado en todo ese tiempo, pero en ese preciso instante se sintió más culpable que nunca. Volvió a sentir la misma sensación de ahogo que percibiera aquella noche en que tomó la decisión de abandonar a Nicholas.

Nicholas debió tomar el viejo camino que llevaba desde Beaulieu a la playa. Su cara debía de estar iluminada por aquella perenne sonrisa que tanto le gustaba y que lo había enamorado. Maleta en mano debió caminar ligero, ansioso por encontrarse con su amado y dejar atrás el pasado. Sus veinte años debían de hacerle sentir casi inmortal y en su mente seguramente sólo debía de imaginarse su casita en las montañas suizas. El tiempo debió pasar muy lento para él, tan ansioso como debía de estar por abrazar a su amado.

Una vez en el bosque debió extrañarse por no encontrar a Cédric. Debió de pensar que se había retrasado pero que llegaría en unos minutos. Pero éstos dieron paso a las horas, y Cédric no apareció. ¿Qué debió de pensar, cómo se sintió? Con toda seguridad sintió como si le clavaran agujas en el corazón. Nicholas siempre fue el más fuerte y una vez hubo superado el primer impacto debió de coger su maleta para emprender a solas aquella nueva vida que habían imaginado juntos.

Lo que Cédric sí conocía eran sus sentimientos esa misma noche en la seguridad de su habitación. Se sintió enloquecer por momentos y estuvo a punto de salir corriendo hacia el punto de encuentro, pero una fuerza superior a él lo contuvo. No pudo más que observar cómo se hacía de día para así velar la decepción de Nicholas. Cuando el primer gallo cantó el cansancio y la tensión pudieron con él, cayendo en un profundo sueño del que no despertó hasta veinticuatro horas después. Su primer pensamiento ese nuevo día y el resto de días fue para su amado.

Dos años después, Nicholas decidió contactar con la resistencia y luchar por su país. Para él todos sus sueños habían muerto. Sí, tenía su casita en las montañas suizas, pero nada valía sin Cédric. Así pues, tomó una maleta y una mañana de agosto de 1943 cogió un tren que lo llevaría hasta Lyon, en donde contactaría con el jefe de la resistencia en los Alpes. Seis meses después de iniciada su colaboración fue detenido por la Gestapo en una escaramuza en un pequeño valle cerca de Chamonix. Fue torturado prácticamente hasta la muerte sin que sacaran información alguna, y cuando se hubo recuperado lo enviaron al campo de concentración de Mauthausen, del que ya nunca más salió. Años más tarde, un compañero de barracón de Nicholas le explicó a Cédric que murió en la cantera, extenuado, y que sus últimas palabras fueron para él: “Cuando salgas búscalo, dile que no fue un sueño, que nunca lo olvidé. Dile que no lo odié durante todos estos años, y que siempre lo acompañaré”.

El tiempo había pasado, y ahora que tenía cuarenta y cinco años, Cédric recordaba aquel claro del bosque como si aun estuviera en aquel verano de 1940. Las lágrimas se agolpaban en sus ojos y tan sólo podía repetir: “Nicholas, Nicholas…” La suave brisa marina acarició las mejillas de Cédric. Podía percibir algo más, era imposible, pero sentía un aroma asandalado que era igual al after shave que utilizaba Nicholas. La suave y cálida brisa rodeó todo su cuerpo como abrazándolo y sumergiéndolo en un espacio atemporal. Creyó sentir unas palabras que se colaban a través de sus oídos. No eran imaginaciones suyas, Nicholas lo acompañaba en aquel instante. De repente, una sensación de paz invadió el alma de Cédric. Por primera vez en esos veinticinco años había dejado de sentirse sólo y culpable. La derrota dio pasó a un estado de felicidad en el que podía sentir las palabras de su amado que le decía: “Nunca has dejado de estar conmigo, estoy contigo, siempre estaré contigo”.

De la misma repentina forma en que llegó la brisa cesó y Cédric dejó de sentir aquella voz en su interior. Su ropa quedó impregnada del aroma de Nicholas. Esa era la prueba de que no había sido un sueño. Intentó volver al mismo estado de abatimiento, pero le fue imposible. En su interior se había quedado toda la paz que un día perdió. Y sintió alegría y felicidad, y ya no se sintió solo, pues su amado había cumplido su promesa y había vuelto a él.

Cédric sonrió y volvió a tomar el camino que llevaba hasta la pequeña cala en donde un día vivieron su amor, pero esta vez sentía que no caminaba solo. Se sentó sobre la arena, encendió un cigarrillo y miró hacia el infinito. Una leve sonrisa se dibujó en su cara. Ya no hacía falta recordar cómo era Nicholas, lo veía claramente, se había fundido con él y le acompañaría el resto de sus días.

Publicat el per iannabourian | Deixa un comentari

Bonjour tout le monde !

Welcome to WordPress.com. This is your first post. Edit or delete it and start blogging!

Publicat dins de Non classé | 1 comentari

Cuento de invierno

El frío fue desapareciendo poco a poco, casi sin que los habitantes de la pequeña aldea se percataran. Los almendros comenzaban a florecer y las cabras, que habían permanecido encerradas durante los dos meses anteriores, comenzaban a impacientarse pues ya comenzaban a escuchar el grito de la primavera. La nieve ya hacía dos semanas que se había retirado y aun quedaban dos meses de invierno. Cada año que pasaba, éste duraba menos, sin razón aparente.

Todos los seres vivos habían notado la inusual bonanza del clima. Todos excepto Adrián, cuyo corazón permanecía helado desde que muriera su hijo Tom, y de eso hacía ya diez años. Para él desaparecieron las primaveras y los veranos y siempre sintió ese frío mortal que se apoderó de cada centímetro de su ser. Desde aquel fatídico día en que su hijo lo dejó, todo el pueblo evitaba entrar en su casa, y los pocos que lo habían hecho juraban que era imposible permanecer por mucho tiempo debido al intenso frío que se apoderaba de ellos. Debían salir rápido, buscando el Sol, pues de lo contrario hubieran perecido helados. Cuando les preguntaban por Adrián, la respuesta siempre era la misma: sentado en su mecedora, rodeado de fotos de Tom. De hecho, nadie lo había vuelto a ver salir de su casa, y si nadie se aventuraba a entrar, ¿cómo se lo haría para subsistir? En estos diez años debía de haber agotado sus existencias. Viendo el poco frío que había hecho durante los nueve años anteriores, pareciera que todos los glaciares, las nieves eternas, la escarcha, prefirieran instalarse en esa casa lúgubre.

Mientras tanto, lejos de la aldea, en la corte de la Madre Naturaleza, corría la voz de que el invierno había decidido desistir de tanta ida y venida y que a partir de entonces iba a instalarse en casa de un lugareño de una aldea perdida. Los tres portadores restantes fueron llamados ante Madre para debatir que debían de hacer para restablecer el equilibrio. Madre deliberó con Joven Primavera, con Fogoso verano y con Maduro otoño. ¿Cómo era posible qué el más mayor y maduro de todos, el Viejo Invierno hubiera desistido de sus obligaciones? ¿Por qué razón habría decidido instarse con el viejo Adrián? ¿Cómo podrían descansar el resto ahora? Madre decidió que cada uno de los portadores, por orden, debería visitar a Adrián para ver de hacer entrar en razón a Viejo Invierno. Cada uno de ellos debería de aportar una razón de peso para que su antes inseparable compañero volviera a habitar la Tierra.

La primera en visitar la vieja casa fue Joven Primavera. Al entrar en la estancia dónde Adrián solía sentarse sintió un frío intenso pues no estaba acostumbrada a convivir con el invierno. Colocándose delante del anciano llamó a su compañero Viejo con una voz grabe y autoritaria. -¡Viejo loco, aparece ahora mismo, pues necesito hablar contigo!- como buena joven su tono era demasiado insolente, lo cual no gustó nada al Invierno. Éste apareció sin mucho interés y algo enfadado ante semejante atrevimiento. -¿Qué diablos quieres jovencita insolente, es que no podéis dejarme tranquilo y respetar mi decisión? –Me envía Madre –replicó Joven. –No te preguntaré que quiere, puedo imaginarlo, pero supongo que también te habrá dicho que me habrás de dar una buena razón para que vuelva a restablecer el orden. –Sí Viejo, estoy informada, y creo que mi razón es lo suficientemente buena como para que vuelvas conmigo… -No me hagas perder más mi tiempo y dime. –Comentó con tono escéptico el Viejo Invierno. –Bien, no te haré perder más tiempo. Yo creo que has de volver porque es gracias a ti, a tu frío manto, que después el mundo entero valora más mis bondades y las de Fogoso. Sin tu presencia mi belleza no tendría un contrapunto y por tanto nadie se fijaría, se limitarían a aprehender todos los frutos sin la conciencia que tú le pones de que han de guardarlos. Imagínate, Viejo, ¡en menos de una generación habrían arrasado con todo! -Mi querida e impetuosa Joven, si bien tus razones tienen sentido, sólo lo tienen para ti, pues lo único que te importa es que se fijen en tu belleza. Vuelve pues a la corte y dile a Madre que he decidido quedarme por siempre con el anciano Adrián. –Dicho esto, Invierno desapareció y joven marchó con la cabeza baja.

Llegó el segundo día en que Fogoso debía compadecer ante Viejo para dar sus razones. Informado por Joven de su fracaso, se armó de valor y dedicó la noche anterior a buscar una razón de mayor peso. Fogoso llamó con prudencia a la puerta de Adrián, y al ver que nadie respondía él mismo la abrió. El panorama era desolador, y al igual que joven no estaba acostumbrado a pasar frío por lo que llamó a Viejo desde el dintel de la puerta. –Viejo, Viejo, baja por favor, vengo de parte de Madre y yo no puedo entrar. –Esta vez, Viejo bajó algo menos enfadado y escuchó a un asustado Fogoso. –Dime amigo Verano, ¿qué te trae por aquí? –Co co como te te he dicho, me me envía madre papara darte una rarazón papara volver conmigo. –Fogoso era más friolero que su predecesora y la simple presencia de Invierno lo consumía. –Muy bien amigo, te escucho, dame tu razón, pero intenta no temblar tanto. –Replicó el viejo. –Yo creo que has de volver conmigo porque te necesitamos el resto. Joven ha de hacer florecer, yo he de germinar, y maduro debe responsabilizarse de que se recojan las cosechas… No podemos alterar el orden, tú eres el responsable de que las tierras descansen. –Amigo Verano, tus razones tienen mayor peso que la superflua cháchara de Primavera, pero aun así he de decirte que mi decisión es irrevocable. ¡Me quedo! Ándate sin pausa y cuéntale a Madre que escucharé las razones de Otoño, pero veo difícil que cambie de opinión. –Dicho esto, Fogoso bajó la cabeza y emprendió el camino de vuelta hacia la corte.

El tercer día, Maduro se encontró delante de la puerta de Adrián. Era plenamente consciente de la enorme responsabilidad que descansaba sobre su espalda. Si él fallaba no podrían volver a restablecer el orden natural, y ni siquiera la todo poderosa Madre podría hacer nada. Perdido en sus tribulaciones, Maduro abrió la puerta y entró en la estancia dónde Adrián seguía sentado. De todos sus compañeros era el que más podía entender a Invierno, de hecho él transitaba entre el calor decadente y el incipiente frío. – ¡Hermano Viejo, hermano Viejo, necesito hablar contigo! -Aquí estoy mi querido y respetado Maduro. No te preguntaré que quieres pues tus dos compañeros ya han estado aquí. Estoy cansado buen Otoño, ¿qué te parece si vamos directos al asunto y nos dejamos de formalismos? A ver, dame tu razón para que te acompañe. –Viejo se sentó delante de un sereno Otoño, esperando recibir una respuesta convincente. –Gracias, mi querido amigo por escucharme. Tú sabes bien que yo transito entre nuestros dos compañeros y te doy a ti el testigo. Os puedo entender a todos, y sé de la inmadurez narcisista de Primavera, del hedonismo y de los excesos de Fogoso, pero me has de permitir que te diga que también sé de tu excesivo celo conservador, de tu seriedad. Dicho esto, yo, que tampoco me libro de mis defectos, pues soy víctima de la melancolía, te diré mi razón, y sin esperar convencerte, sí que te diré que espero que reconsideres tu decisión. Yo creo que has de volver conmigo por una razón esencial. Humildemente te necesitamos, eres parte de nosotros y nosotros parte de ti, te queremos. Sí, Joven es valorada porque le antecede tu blanco manto, tu frío aliento. Verano te necesita porque precisa que las tierras descansen para poder hacer crecer la hierba y las cosechas, que en mi tiempo serán recogidas. Y yo, aparte de por la última razón, te necesito porque tú eres quién me das sentido, si tú te vas, ¿Qué hago yo? -Una vez Maduro hubo acabado su discurso, invierno le cogió la mano y le sonrió, diciendo: -Ayyy hermano Otoño, de todos nosotros tú has sido siempre el más sensato, el menos extremo. Sí, tienes razón en todo lo que dices, pero me he cansado de la presunción de Joven y del egoísmo de Fogoso. De todas las razones, la tuya sería la más convincente de no ser porque mi decisión es irreversible. Pero tengo otra propuesta: ¿Qué te parecería quedarte conmigo y que se las arreglen esos dos portadores presuntuosos? –Otoño quedó algo confuso y a la vez tentado, pero esa sensación duró sólo unos instantes. –No, gracias Viejo, pero he de volver a la corte allí me necesitan más. No te voy a juzgar todo y que te confieso estar triste, pues no sé como podré decirles que yo también he fracasado. –Dicho esto, Maduro se despidió abrazando a Viejo y volvió sobre sus pasos.

Al día siguiente, Madre llamó a los tres portadores para que explicaran si habían logrado hacer entrar en razón a Viejo. Por turno fueron narrando su experiencia, concluyendo siempre que habían fracasado en su misión. Madre estalló en cólera y los echó de su presencia, no sin antes encomendándoles la última misión: -Habéis fracasado por separado, quizás debiera haberos enviado a todos juntos desde el principio. Supongo que no tengo que advertiros de las consecuencias de un fracaso final, ¿Verdad? No podemos pasar un año más si la presencia de Viejo, o el caos se apoderará de la Tierra y acabaremos desapareciendo, por siempre… En vuestras manos está la Vida o la Extinción. ¡Buscad una razón, escuchadme bien, una única razón que consiga que Viejo vuelva! –Los tres portadores emprendieron camino hacia la aldea dispuestos a encontrar esa única razón que despertara la compasión de Viejo.

Al cuarto día, Joven, maduro y un abrigado Fogoso entraron de nuevo en la congelada estancia. Esta vez no hizo falta que llamaran a Viejo, pues este permanecía sentado frente al sofá de Adrián. Invierno miró a los tres portadores y dijo. –Me temía que madre no desistiría tan fácilmente. A ver, sorprendedme de nuevo, dadme tres nuevas razones para que vuelva con vosotros. –un sonriente Maduro se acercó y con palabras sinceras comenzó a hablar. –No, amigo, esta vez venimos los tres para darte una sola razón para volver. Te necesitamos todos sin excepción: Tú asistes al parto que hace que Joven venga al mundo cada año, le das la vida para que ella pueda dar la flor a Fogoso para que a su vez haga nacer la fruta que luego yo recogeré. De todos quizás yo sea el menos importante, pero soy el que os doy la mano, el que os acerco y alejo. Viejo, no podemos darte más razón que nuestra propia vida. Si tú te vas, nosotros desaparecemos. –La habitación quedó en silencio durante un tiempo que se hizo eterno. De repente Adrián salió del ofuscamiento en que había estado sumido durante los diez últimos años y miró con atención a los cuatro portadores, exclamando: -A ti Viejo, te he de agradecer la compañía que me has hecho durante todo este tiempo, pero no puedes abandonar a la Vida. Creo que yo puedo darte la mejor de las razones: yo que me he sumido en la desesperación, que me he escondido en la pena sin preocuparme por comprenderla, que he helado mi corazón sin dar cabida a más sensaciones, sé mejor que nadie lo que es la muerte en vida, lo que significa vivir suspendido en un instante en el que todo y nada pasa. Así es la vida sin cualquiera de vosotros. Si faltáis, se acaba la pasión por aprender, por evolucionar. Si tú faltas todos los demás se me unirán y permanecerán, por siempre en un infierno sin respuestas ni preguntas. Esa es la peor de las extinciones. Y, mi fiel amigo, si tú te vas, yo vuelvo a la vida. –Invierno miró al anciano con lágrimas en los ojos y cogiéndole la mano dijo: -Esta es la mejor de las razones que se me podía dar para volver con vosotros. Tenías razón Maduro, todos tenemos nuestros defectos: Joven es impetuosa y vanidosa, Fogoso hedonista y egoísta, tú te dejas llevar por la melancolía y yo soy excesivamente riguroso, pero es en la unión de todos esos sentimientos que damos sentido a la vida. Amigos, adelantaos y decidle a madre que estoy dispuesto a volver, antes tengo que hacer mi trabajo pues aun restan dos meses en que se requiere mi presencia. Dicho esto, los tres portadores marcharon dejando solos al anciano y a Invierno. –Mi querido Adrián, me he escondido detrás de ti para desistir de mis obligaciones y en esa huída he contribuido a ahondar tu pena. Todo pasa y todo renace. En esta continua rueda en la que nacemos y morimos, si hay algo que ha hecho soportable nuestra soledad es sabernos parte de un todo único. Gracias a tus palabras me has recordado que yo no soy una excepción, pero tú, Adrián, tampoco lo eres. Algún día, al igual que tu hijo y todos los que le antecedieron, volverás a la tierra para volver a renacer. Ahora debo de irme. Me espera todo tu pueblo y el resto del mundo. –Tras abrazarse, Viejo salió a la calle y se desvaneció, fundiéndose con el aire. Repentinamente bajó la temperatura y los almendros perdieron su flor, y los animales dejaron de llamar a sus dueños. Calló la noche y el invierno volvió al valle. Al día siguiente, una tupida capa de nieve sorprendió a los habitantes de la aldea, pero lo que más les llamó la atención fue el humo que salía de la chimenea del anciano Adrián. El pueblo entero se dirigió hacia su casa y cuando entraron vieron cómo el anciano estaba preparando comida para todos. Ese día, en dos planos distantes hubo dos fiestas. Había mucho a celebrar, de nuevo se había restablecido el orden y la vida volvía a triunfar de nuevo, desterrando el olvido.

 

Publicat dins de REFLEXIONES MUNDANAS | 2 comentaris

Breve historia de mí última Navidad.

Camino por una cada vez más agobiante calle Mayor. A medida que avanzo, una multitud ingente sale de las diferentes boutiques, añadiéndose a la marabunta. De fondo suena una pesada melodía navideña. Todo es ruido y más ruido, pero no puede evitar pensar en esa voz metálica que me habló esta tarde a través de la línea telefónica: “esta noche no llegarás vivo a casa, feliz navidad”.

Sigo imbuido en mis pensamientos, y a medida que avanzo observo las caras de cuantos se cruzan en mi camino. A mi derecha un paje real que recoge las cartas de niños con narices rojas por el frío. Frente a él, un papá Noel gordinflón grita: “¡felizzzz navidadd, hohoho!”. -¿Será él? –pienso, pero me río de mí mismo y de mi absurdo pensamiento.

Hoy es la noche del 24 de Diciembre y me dirijo a casa de mi madre para celebrar la navidad, ¿quién diablos va a querer matarme y por qué? Vuelvo a reírme de mí mismo, menuda broma, ¿quién habrá querido adelantarse al día de los inocentes? Ese último pensamiento dibuja una sonrisa en mi cara. El frío arrecia, me abrigo bien y subo el cuello de mi chaqueta. Mientras tanto, dejo la calle mayor y subo la cuesta de los caballeros para dirigirme a casa de mi madre. Cuando entro en el callejón oscuro, el reloj de la torre marca las ocho en punto. No hay ni un alma y me parece oír pasos tras de mí. Me giro repentinamente, asustando a una chica. Ella me mira aterrada y sale corriendo. _¡Joder, que idiota soy! –pienso nuevamente. Finalmente, subo las escaleras que llevan a la explanada en donde se sitúa el edificio de mi madre. Ya ha pasado la oscuridad y el peligro, si no me pasó nada en un callejón tan siniestro ya nada puede alcanzarme.

Llego hasta la puerta, introduzco la llave en la cerradura y entro en el portal. Intento encender la luz pero no se enciende. Quizás haya un apagón general. Decido subir alumbrándome con un mechero. Subo el primer escalón, el segundo, el tercero… De repente algo me estira hacia la pared del primer rellano, me tapan la boca y siento el frio filo de una navaja sobre mi cuerpo. Todo se desvanece a mi alrededor, y lo último que escucho es una familiar voz femenina que me susurra al oído: “Feliz Navidad”.

Publicat dins de REFLEXIONES MUNDANAS | Deixa un comentari

ATOLONES

Existen momentos en que nos vemos empujados a tomar decisiones difíciles y costosas sentimentalmente hablando, pues suponen tomar un rumbo diferente al que habíamos seguido hasta ese momento. Al ser humano se le hace difícil introducir cambios, incluso viviendo situaciones que lo hacen infeliz.

La casi totalidad de las especies están circunscritas a un nicho ecológico, relacionado con la climatología y su capacidad para sobrevivir, y difícilmente pueden pervivir en otro ecosistema sin extinguirse. Sólo el ser humano ha sido capaz de conquistar para sí territorios que le son hostiles, desde los desiertos yermos hasta los hielos perpetuos del ártico. De la misma forma, nosotros somos los únicos seres sobre la capa de la tierra que podemos adaptarnos a situaciones emocional y psicológicamente adversas. Igual que vivimos la felicidad podemos acostumbrarnos a convivir durante años con la infelicidad, la desmotivación y la desidia sin hacer absolutamente nada, tan sólo porque el hecho de plantearnos arriar nuestras velas y tomar nuevos rumbos nos acongoja y ancla al arrecife de la costumbre arraigada. Son miles los mares que nos rodean, millones las islas felices que nos esperan ahí fuera, pero optamos por la calma de nuestro atolón. ¿Por qué? Quizás porque nos sentimos más cómodos mezclados entre miles de personas, aunque nos sintamos anulados y solos, que pensando en salir a afrontar la soledad de la búsqueda, porque para encontrarnos a nosotros mismos debemos enfrentarnos con el voraz monstruo de la soledad que mora en lo más profundo de los océanos existentes más allá de nuestro atolón.

Pero sólo venciendo al monstruo es posible encontrar a otros seres que también se hayan enfrentado a él, y por tanto, seres plenos que ansían también encontrarse a sí mismos. Sólo ese tipo de personas merecen ser conocidas, pues sólo conviviendo con quienes son conscientes de su valía y su indiscutible singularidad es posible vivir en respeto y ecuanimidad. Aquí yace el secreto de la felicidad, en la consciencia de que se es singular y no mejor, de que se es uno con todo y que admitiendo nuestra soledad en el cosmos podemos realmente valorar la compañía y el amor incondicional a cuanto nos rodea.

Más allá de nuestro viejo y conocido arrecife de coral se divisan numerosas naves que nos esperan y que buscan nuestra compañía para así hacer más segura la travesía. Ellos ya hace un tiempo que arriaron las velas y tomaron la acertada decisión que les ha llevado a explorar nuevos mundos. Ellos, los jóvenes y viejos exploradores vitales nos recuerdan que no estamos solos en nuestra búsqueda, que el universo entero observa nuestro avance. Quizás asistamos a más de un naufragio, quizás nosotros mismos seamos devorados por el olvido. Sólo sabemos que la incertidumbre y el caos nos esperan allí fuera. ¿pero acaso es preferible la falsa seguridad que nos alberga a la verdad certera que mora más allá de este atolón llamado desidia?

Publicat dins de REFLEXIONES MUNDANAS | 2 comentaris

PARADOJAS APARTE

Ayer sentí hablar por primera vez de la “paradoja de Hopkins”, y me sentí inmediatamente arrastrado por una fuerza que me obligaba a escuchar y absorber todo cuando el señor Hopkins iba enunciando a través de su voz robótica a la que nos tiene acostumbrados. “El universo está en retroceso y lo que se creía infinito, incluidos los agujeros negros, realmente no lo son, por tanto toda esa energía que absorbe, toda esa increíble fuerza se acaba consumiendo y desapareciendo”. Me quedé absorto, no soy físico, ¿pero qué hay de ese precepto con el que me educaron sobre la transformación de la energía, de su no destrucción y del infinito? Si yo me quedaba así, ¿Cómo debían de haberse quedado los físicos? Y si realmente todo puede destruirse, desaparecer, también todo por lo que vivíamos, todos nuestros sueños, nuestras obras, nuestros sentimientos, el amor, todo, todo desaparecería… Lo que más me impactó fue que más que agobiarme o deprimirme sentía una paz increíble. Realmente era liberador pensar que podíamos limitarnos a vivir nuestras intensas vidas sin pensar en lo que tenía que venir, pues si no hay nada, ¿de qué preocuparnos? Inmediatamente me asaltó otro pensamiento: en estos últimos diez años asistimos a un sin fin de informaciones que apuntan a extinciones masivas, a desastres naturales susceptibles de destruirnos, a un universo en retroceso que acabará tragándonos. ¿Será cosa de un milenialismo, eso sí, muchísimo más sofisticado que el que les tocó vivir a los resignados habitantes del año mil?
Paradojas aparte, ¿Y qué más da que todo se pierda para siempre si nos pasamos la mayor parte de nuestro ya de por sí poco tiempo intentando encontrarnos? ¿Y para aquellos que ni siquiera se pueden procurar el sustento diario, para los desheredados de la Tierra, habidos y por haber, qué les aporta de nuevo tener esta información? Al fin y al cabo, a ellos hace muchos años que se los tragó un agujero negro. De hecho su destrucción es doble, la que supone estar sometidos al olvido y la propia muerte. Eso me recuerda otro enunciado: “cuando un individuo cae en un agujero negro está muerto y vivo al mismo tiempo”.
Paradojas aparte, quizás me quita más el sueño el hecho de que exista desheredados, que perdamos nuestro poco tiempo buscándonos mientras destruimos el entorno que nos sustenta, que nuestros científicos inviertan su tiempo intentando averiguar lo que ha de venir y el por qué de ello (aunque me apasiona de manera brutal) en lugar de intentar buscar respuestas inmediatas que, superando los intereses económicos que siempre son a corto plazo, den soluciones reales que nos permitan no auto finiquitarnos bastante antes de que el universo desaparezca.
Así pues, ante tanta zozobra, quizás debiéramos dejar las paradojas aparte…

Publicat dins de REFLEXIONES MUNDANAS | Deixa un comentari

“CORREA DE TRASMISIÓN”

Guy era de aquel tipo de personas en la que todos depositaban su confianza. Los que lo rodeaban solían acudir a él para expresar lo que tenían dentro y que no podían compartir con otras amistades incluso más allegadas. Guy había conseguido aceptar con el tiempo todo ese trasiego de historias que a los otros se les antojaban únicas y decisivas. Nunca puso en duda la importancia de cada una de esas historias para aquellos que las vivían de manera ahogada, pero siempre acarició la idea de que en general existía una incapacidad para gestionar los conflictos internos. Jamás se sintió mejor que nadie, no hubiera osado pensar que él sería mejor gestionando todas esas historias. Sin embargo se sabía fuerte y capaz de crecerse ante todas las adversidades. Siempre se había visto a sí mismo como un explorador que abría caminos.

No solía rehuir la confianza que en él se depositaba, pero sí tenía la sensación de que realmente no era correspondido con idéntico o similar interés. Todos hablaban y hablaban sobre su mundo interior pero nadie se interesaba por lo que él sentía. A lo largo de su vida fueron muchos lo que le dijeron que era especial pero casi nadie se interesó por averiguar qué era aquello que lo hacía tan singular. Para los otros era el perfecto anfitrión que los colmaba de atenciones, pero absolutamente nadie entendía lo que significaban esas atenciones ni qué las motivaba. Cuando Guy decía que no había otra forma de ofrecer su casa y su propia persona durante el tiempo que compartían, no entendían el verdadero significado de dicha entrega y muchas veces abusaban de ella.
Con el tiempo había logrado desterrar de sus pensamientos aquella sensación de vivir una especie de pseudo vida, motivada sobre todo por el absoluto interés con el que los que lo rodeaban contaban sus experiencias y por la poca atención que ponían en las de Guy. En el pasado se había sentido como alguien que miraba a través de la ventana. Sí, quizás sabiéndose fuerte y seguro, pero solapado por las aventuras cuasi épicas y explícitas que solía observar. Sus experiencias eran más implícitas y por tanto pasaban desapercibidas incluso para él mismo, aunque a veces aquellas fueran tanto o más interesantes que las que observaba a su alrededor. Esos pensamientos eran cosas del pasado, pero había algo que no había logrado olvidar: la sensación de que su vida parecía más una correa de transmisión en la que su papel parecía limitarse a dar la fuerza y la energía a otras personas sin obtener a cambio nada más que un ligero golpe de agradecimiento en la espalda. Pero él era mucho más que eso. Su fuerza era tan desbordante que podía ser no sólo esa correa de transmisión, sino todo el vehículo en su conjunto.

El tiempo había pasado y ya no podía conformarse con unas palmaditas en la espalda, ni con palabras de valoración carentes de contenido. Ya no quería seguir siendo el perfecto anfitrión, el chico que escuchaba absolutamente todo y que aguantaba los chaparrones que los otros justificaban con disculpas vanas. Ya no quería seguir siendo el que presentaba a otras personas que se convertían en verdaderos centros del universo, mientras él quedaba relegado al papel del tío majo, pero obligado a figurar en un segundo o tercer plano.

Guy no sabía cómo salir de ese papel tan rematadamente aburrido, pero sí sabía que no quería continuar siendo esa correa de transmisión por más tiempo. Las historias ajenas que en el pasado lo habían alimentado habían dejado de aportarle nutrientes y se sentía morir día tras día. Ahora él era capaz de escribir sus propias historias. El tiempo lo habían hecho sumamente creativo y gracias a esa capacidad de expresarse había logrado ir trascendiendo a la insustancialidad que parecía apropiarse de todo aquello que lo rodeaba. Se sabía un náufrago superviviente en mitad de un mar que lo iba cubriendo todo día tras día. Eso lo agobiaba, pero a la vez le daba fuerzas para seguir oteando el horizonte. Aunque mucho había perdido, era consciente de que mucho quedaba por venir. Quizás era ese su gran consuelo: podía mirar hacia delante y seguir navegando sin miedo a dejar abandonadas sus pertenencias para así poder cobrar fuerza, pues por primera vez existía respuesta a aquello que años atrás lo había agobiado: quizás él fuera una correa de transmisión, pero la fuerza que transmitía siempre lo había impulsado a seguir adelante y trascender. En ese preciso instante cayó en la cuenta de lo que había estado perdiendo durante todo ese tiempo, y por primera vez todo lo que lo rodeaba dejó de tener importancia y se descubrió a sí mismo brillando entre cientos de millones de seres.

Publicat dins de REFLEXIONES MUNDANAS | 2 comentaris

“EL SASTRECILLO VALIENTE”

Hay momentos en que la vida te sorprende, en que tu ensimismamiento es roto por situaciones que se antojan extrañas. Hay momentos en que el sencillo y natural acto de estar sentado esperando un autobús atrae hacia ti mensajes ocultos en forma de un fortuito acercamiento. Podía haber sido otro día, o, el mismo día pero a otra hora en la que dicha proximidad no implicara nada, pero fue en el momento exacto en que necesitaba ser rescatado de mis pensamientos abstractos y autosuficientes.

Debía ser la una menos diez del mediodía, y yo, como cada día, me senté a la sombra, esperando que el autobús pasara. Tenía puestos mis cascos y mis pensamientos habían tomado una dirección abstracta, cogiendo velocidades astronómicas. Mi único contacto con el mundo exterior eran mis ojos. En el banco de al lado me acompañaba un muchacho africano que no debía sobrepasar los veinte años. Había visto al sentarme que tenía un libro en las manos que iba leyendo con cierta dificultad, pero no atisbé de qué se trataba.

En mitad de uno de esos pensamientos veloces, algo frenó súbitamente mi viaje estelar. Miré hacia arriba y observé que el chico africano me preguntaba algo. Me quité los cascos y lo miré expectante. Me señalaba el libro y me preguntaba una palabra. Yo me quedé parado y durante unos segundos no pude entender cuál era su pregunta. Puse más atención y volví a pedirle que me formulara su duda. Me señalaba una frase del libro, y con cara de curiosidad, exclamó: “¿Que quiere decir gigante?” No pude más que sonreírle, y cuando logré salir de mi asombro observé el libro con idéntica curiosidad. Para mi sorpresa, descubrí que se trataba de uno de esos cuentos infantiles de veinte páginas, ilustrado a todo color con las escenas que la historia cuenta. Eran unas imágenes que me recordaron a los cuadros de Bruegel. La historia se titulaba “El Sastrecillo Valiente”. Su nivel de lengua era muy limitado, y con gestos le expliqué que un gigante era una persona muy grande. Se me ocurrió que quizás hablara francés, y le pregunté si me entendería si habláramos en dicha lengua. Una sonrisa le iluminó la cara y me contestó que sí. Se sentó a mi lado y me pasó el libro, exclamando: “montre moi”. Entonces tuve claro qué pretendía. ¡Quería que le enseñara a pronunciar las palabras! Cogí el cuento desde la primera página y comencé a desgranar la historia. Primero se la leía en francés y después, él, una vez desencriptadas las palabras, las repetía una y otra vez para aprender a pronunciarlas. Yo lo observaba entre maravillado y sin salir de mi asombro por la situación creada. Cada vez que le descubría el significado de las frases y palabras sonreía y reía como un niño que descubre un secreto inconfesable. Al final, cuando hubimos acabado el cuento, el muchacho puso cara de duda y me dijo: “es curioso, porque hablando francés, pensaba que el catalán era mucho más fácil de entender”. Yo me quedé completamente perplejo. Después de media hora con él, resultaba que lo que él creía estar aprendiendo era catalán. Reí sonoramente y le expliqué que le habían vendido un libro en castellano y que debía pedir explícitamente un cuento en catalán. Fue entonces cuando vi claro que acababa de llegar al país y que estaba dando sus primeros pasos. Sin embargo sus ganas de aprender eran enormes…

Realmente no sé por qué escribo esto. No esperéis ningún final aleccionador, ni una moraleja. No era yo en ese momento un profesor, o un integrador de la inmigración ni nada por el estilo… Tan sólo era alguien que compartía un momento con otra persona, que al igual que yo, esperaba el mismo autobús. Lo mejor de aquel instante frugal era eso, que tan sólo era un momento que pasaría y que vivía de una forma intensa. Su inocencia sí me impacto. Su impaciencia por aprender y obtener resultados, su esfuerzo por memorizar palabras que, por cierto, incluso tratándose de un cuento para niños, encontré bastante complicadas. En todo caso sí pude extraer una lección de todo lo acontecido: Cada vez que observo todo cuanto acontece a mi alrededor descubro que hay infinitos universos encerrados en las personas que nos acompañan, y aunque no las conozcamos, acercarme a ellos me abre un mundo con un sinfín de posibilidades. El simple hecho de leer con alguien de quien no llegué a saber ni su nombre me hace más humano.

(AUNQUE PAREZCA MENTIRA ESTA ES LA CANCIÓN QUE ESCUCHABA CUANDO ME VI INMERSO EN ESTA HISTORIA)

Publicat dins de Non classé | 3 comentaris

“mad about the boy”

Después de un invierno seco, la lluvia primaveral trajo consigo vientos de cambio a la anodina vida de Ed. Mientras observaba como las gotas empañaban los cristales de su ventana formando pequeñas caras de agua que parecían sonreírle, le vino a la memoria la sonrisa de Marc la primera vez que los presentaron. Pero aquellos tiempos parecían lejanos. Fueron buenos tiempos, fue de hecho su tiempo, el único en qué recordaba haber vivido despreocupadamente sin sentir temor alguno. Marc era el mejor amigo de su compañera de piso, y cuando un buen día se presentó sin previo aviso en su casa, cuando Verónica pronunció el inevitable “te presento a”, todos los “pero”, los “y si”, y todos los prejuicios de Ed, desaparecieron dejándolo indefenso. A medida que la conversación iba avanzando y la botella de vino bajaba, sus miradas al principio tímidas se fueron transformando de la curiosidad a la admiración por las palabras del otro, y de ahí al deseo por descubrir lo que a ellos se les antojaba un tesoro enterrado que debían sacar a la superficie.

La primavera dio paso al verano repleto de largas tardes en las que ambos dieron rienda suelta a sus fantasías. Los límites parecían haber desaparecido y la palabra imposible borrada del diccionario. El ansia por descubrir cada centímetro de sus mentes y de sus cuerpos no parecía tener fin. Pero todo verano ha de dar el testigo al otoño, y con él llegó el “pero”. Marc debía de volver a su ciudad. Ambos sabían que eso pasaría pero eso no hizo menos difícil el “hasta luego”. Se prometieron estar en contacto tanto como fuera posible. No importaban los mil quinientos quilómetros que los separaban si sus corazones estaban tan próximos. . Durante los tres primeros meses que siguieron a su despedida, no pasaba día sin que se telefonearan al menos una vez. En Diciembre estuvieron a punto de volver a verse, pero la repentina hospitalización de la madre de Marc lo impidió. En Marzo, Ed tenía previsto hacer un master en Chicago, y siguiendo el guión marcado por la razón, marchó, cuando su corazón le decía: “ve a por él”. Durante ese tiempo, las llamadas se fueron espaciando, y si bien seguían pensando el uno en el otro, poco a poco un sentimiento práctico se fue apoderando de ellos. Durante ese tiempo, ambos conocieron a otras personas y fueron olvidando las promesas y sueños.
Al principio todo era fácil, pero siempre les faltaba esa sensación que sólo experimentaban el uno con el otro, pero había que ser realista… El tiempo fue pasando y las llamadas se fueron espaciando más y más hasta que al final perdieron el contacto. ¿cómo podía haberles pasado algo así? Se conformaron con una realidad asequible que los hacía infelices, pero eso es lo que se esperaba de ellos.

Ed sabía que el tiempo les había arrebatado toda esperanza y que los sueños sólo eran eso, imágenes de lo que podía haber sido y nunca fue. Atrás quedaban las largas tardes de verano, los paseos con bicicleta con sus meriendas campestres en las que los problemas huían, consiguiendo moldear la realidad a su gusto.
Fue pasando el tiempo entre relaciones más o menos esporádicas que siempre perdían ante la fatídica comparación. Habían pasado diez años, pero ambos seguían teniéndose presentes.

Un sonido lejano sacó a Ed de su ensimismamiento. Al principio no pudo identificar de qué se trataba, hasta que calló en la cuenta de que había dejado el inalámbrico en la cocina. Entró con un sentimiento de hastío por haber sido despertado tan repentinamente de su ensoñación. Al otro lado de la línea una voz familiar lo hizo ponerse en guardia. Reconocería la voz de Marc entre un millón, pero no podía ser él. – ¿Marc? -Pronunció Ed sintiéndose estúpido y vulnerable. –Si, Ed, soy Marc. He conseguido tu teléfono a través de Verónica. La encontré casualmente en una cafetería… He venido a hacer unas conferencias en Barcelona. Hace mucho tiempo que pienso que hemos de romper este silencio que arrastramos desde hace años, y, ¿qué mejor ocasión que esta? –Marc parecía tan seguro y espontáneo como la primera vez que Ed lo vió, lo cual lo dejaba sin palabras. Tantos años sin saber de él, sin atreverse a ir en su búsqueda y ahora lo tenía en la misma ciudad. ¿Qué podía hacer? Sin dejar contestar a Ed, Marc siguió hablando. –Ed, nunca te he olvidado y aunque ahora tenemos diez años más nada ni nadie ha conseguido eclipsarte… -El corazón y la mente de Ed se habían convertido en un solo miembro que se había disparado. Por un momento pudo tranquilizarse y reaccionar. –Marc… Yo tampoco te he podido olvidar jamás, y no será porque no lo he intentado. Quizás tengamos diez años más y vidas y caminos diferentes pero siempre te he llevado conmigo. Creo que tenemos muchas cosas que decirnos. ¿Cenamos? –Tras quedar en un restaurante cercano que ambos conocían y despedirse con un sencillo “hasta ahora”, Ed colgó y se volvió a quedar pensativo, viendo como las gotas de lluvia repiqueteaban contra los cristales de la cocina. Todo parecía demasiado casual y precipitado. Los años habían pasado, ¿qué podía salir de todo aquello? Quizás todo, quizás nada, pero, ¿qué podía hacer? A pesar de los años y la distancia seguía estando loco por el chico.

Publicat dins de REFLEXIONES MUNDANAS | 1 comentari

Gracias

Gracias…

Gracias a aquellos que me miraron y me vieron.

Gracias a mi bicicleta que me lleva allá donde yo le pido que me lleve.

Gracias soledad porque permites que te perciba como una aliada y no como enemiga.

Gracias a ti que frenaste tu coche a tiempo antes de abalanzarte sobre mi.

Gracias a ti por entender que veinte años son muchos y por haber vivido conmigo un amor eterno de dos días.

Gracias a ti, minoría absoluta que sientes como tuyo uno de mis escritos. En realidad todo lo escribo para ti y sólo para ti.

Gracias a ti, que sin jamás sospecharlo has sido alguien importante en tu breve paso por mi vida. A veces lo menos sospechado, lo más frágil puede marcarte de una forma sencilla pero imborrable.

Gracias por todas estas tardes de sábado que se alargan y te abrazan envolviéndote en una sensación atemporal.

Gracias decepción, porque lejos de hacerme tirar la toalla me haces más persistente y consigues que mis pasos sean más seguros.

Gracias a todos cuantos compartieron un pedazo de corazón, por unos años, por unos meses o por sólo un día. Todos estáis en mí.

Gracias duda, porque tú eres la responsable de que jamás dé por finalizado mi camino y siempre haces que me haga preguntas.

Gracias camino por no indicarme jamás un destino final. A pesar de no encontrar indicaciones siempre encuentro la dirección correcta.

Gracias a todo cuanto aquí recuerdo, a todo lo vivido y a todo cuanto aun está por venir.

GRACIAS…

Publicat dins de REFLEXIONES MUNDANAS | 6 comentaris